El fallecimiento de un compañero, el tonteo de uno de los mejores jugadores del plantel con el Chelsea, las negociaciones secretas del técnico con el Tottenham, la baja del mejor defensa, la mala racha liguera y la estampida de Juande Ramos han marcado el inicio del campeonato. Son muchos frentes los que ha tenido superar un Sevilla, que ya sí quiere mirar sólo adelante. Con Manolo Jiménez ha llegado la tranquilidad en las movidas aguas sevillista. Ésa era la única preocupación del de Arahal. Quería que su equipo saliera concentrado, que pensaran sólo y nada más que en el rival. Y lo consiguió. Ningún despiste defensivo, un centro del campo imbatible y una delantera más luchadora que nunca. Jiménez ha aprovechado el juego que les inculcó Juande, para darle ese toque de coraje y raza a un equipo que últimamente estaba en los laureles.
Con esa inyección de moral sevillista que trae consigo Jiménez, el conjunto hispalense salió al terreno de juego como un vendaval. Los nervionenses querían dejar claro que el mundo no se ha acabado con la marcha de Juande Ramos. Con una seguridad atrás fantástica, el Sevilla encerraba al Valencia en su campo. Keita y Poulsen se comían a Baraja y Albelda. El conjunto nervionense dominaba y controlaba el partido. Llegaban una y otra vez arriba, pero no culminaba la última jugada, hasta que Kanouté abrió la lata. El maliense se aprovechó de un error defensivo de la zaga ché y no perdonó. Se allanaba así el camino, pero los hispalenses no se conformarían con eso y fueron a por más.
Festín de goles y de juego que olvidan las penas sevillistas. Juande ya es historia, el presente y el futuro tienen un nombre: Manolo Jiménez. Su mano ya se notó: un equipo más disciplinado y con más coraje. Presión, presión y presión, sin olvidar la meta rival. Así es Manolo Jiménez.